En los primeros encuentros, leyendo a Hebe Uhart, estuvimos transitando el territorio de la anécdota. Un territorio que habitaremos muy a menudo en el taller. Y la anécdota también es materia poética. Sobre todo, si la juntamos con la ternura. Vean si no, estos poemas:
Ojalá siempre seas mi amiga
El trabajo a veces nos quema la cabeza.
Así que llamé a Silvita
y le conté que me sentía mal.
Ella me consoló algo así como que
la culpa no sirve para nada.
Que las cosas tienen que
sumar o sumar.
Que el que mucho abarca poco aprieta.
Pero que hay dos momentos diferentes:
Momentos para abarcar.
Momentos para apretar.
Ahora destapé una y calenté las lentejas.
Y quiero decirle a mis alumnos que me perdonen
por las veces
que en vez de pedirles que me escuchen
les digo que se callen.
Por los porque sí, los porque no.
Mandonearlos. No conocerlos bien.
Tratarlos de usted. Señalarles la vergüenza.
Enojarme con el desgano.
Calentarme con el desamor que tienen por las cosas
que a mí se me viene a ocurrir
que están buenas.
Por ese afán absurdo,
al que obedezco por obrera,
de ordenar las filas –rotas–
parándolos encerrados en baldosas,
separados uno detrás del otro:
—¡La mirada al frente!
¡Está prohibido darse vuelta!
(Casi siempre me doblo y les sonrío bajito
o les acaricio el hombro
cuando le cantamos a la bandera).
No puedo adoptarlos
ni llevarlos a todos de la mano.
En este tiempo se supone que comprendí
que no voy a cambiar la escuela:
sólo soy una maestra.
Hacemos lo que podemos, la piloteamos.
Nunca les voy a regresar al Tata y a Mayra
su madre muerta.
Ni le sacaré las ojeras a Valentín.
Ni volveré a saber nada de Yésica.
Sentir que no se puede cambiar nada
es la que más raspa de las violencias.
No sé cómo explicar algunas cosas
para que se entiendan.
Por eso a veces reparto papel glasé de a montones,
fotocopias con sopas de letras
y lleno los pizarrones de dibujos.
¿Cómo amamantar la hambruna
de los cachorros de otras fieras?
Ojalá pudiera calentarles el agua.
Despiojarlos. Empacharlos.
Llenarles de crema la piel seca.
Invitarlos a pasear.
Tener un regalo para cada cumpleaños
y no esos tontos tirones de orejas.
Una vez hice algo por uno:
le mostré cómo atarse los cordones
con una imagen simple:
un cordón doblado es una orejita de conejo.
El otro cordón doblado,
es como una orejita también.
Después una acción un poco menos sencilla:
apoyás una orejita sobre la otra como una cruz.
Pasás la oreja de arriba por debajo de la otra
y tirás.
Así se fabrica un moño.
Espero que algún día, cuando necesite trabajo,
él pueda decir:
—Sé atarme los cordones.
Y su futuro patrón lo abrace con alegría.
Y que cuando los chicos del barrio le pasen la
bolsa él diga:
—Sé atarme los cordones.
Y los chicos le respondan:
—Perdonanos, ni sabíamos.
Y que cuando su novia dé a luz él diga:
—Sé atarme los cordones.
Y todas sus cosas sean hechas nuevas para siempre.
También sería muy bueno
que cuando su hijo lo haga enojar
él, arrodillándose,
le agarre los cordones y le muestre:
—Primero una orejita de conejo, después la otra.
Las cruzás en cruz. Hacés la parte difícil que es
pasar una oreja por debajo de la otra y tirás.
Ahora nada sabemos,
ni tenemos maneras de saber.
Nadie sabe el poder de un nudo bien hecho
(un moño es un nudo, sólo que hecho con belleza).
Lo que ahora sé
es que con suerte pagaré las cuentas,
ahorraré un poco para el verano
y me tomaré esta cerveza
que, con un poco más de suerte,
me ayudará a dormir.
Marie Gouiric (Bahía Blanca, Argentina, 1985)
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Perfeito
Mi viejo decía perfeito, no perfecto,
y a mí me agarraba un sopor nervioso
y me quería morir. O que se muera.
Después de todo era preferible ser muerto
o huérfano
antes que tener un padre que diga “perfeito”.
Encima lo decía a cada rato
porque el término había ingresado
a la jerga comercial de la época.
Si lo acompañaba a vender bombachas
a Basavilbaso, prefería quedarme en el auto
escuchando casets, leyendo un Emecé sin tapas
de Niko Kazanzakis
antes que pasar calor en los negocios
escuchando a mi viejo cada dos por tres
decir “perfeito”.
Me sonaba brasilero y algo porno,
además de la descalificación que le acarreaba
ese error de dicción
a un hablante correcto de su lengua.
Él no había terminado el sexto grado.
A mí me apretaba el cuello una corbata
de bachiller
y a los 12 era un neurótico de la gramática
y de las oraciones.
Entiendo que mi viejo también soportaba
andar con Fray Mamerto Esquiú de acompañante,
pero así son las cosas. Mi historia.
Un viaje en break con el mate estrellándose
contra los vidrios del Renó.
Mamá que saca cuentas, papá en su paraíso
de lycra y notas de pedido.
Los hermanitos atrás
rogando que los dejen juntar de ese campito
un cachorro con sarna.
¿Cuánto suman las facturas, Susana?
257.000 pesos.
Perfeito.
Fernando Callero (Entre Ríos, Argentina, 1971-2020)
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En estos poemas está muy presente la ternura, aunque sin nombrarla. Son tiernos sin ser cursis ni melosos. Hay anécdotas y hay mirada poética, con muchas imágenes sensoriales.
La consigna de hoy es escribir un texto, puede ser en prosa, puede ser un poema. En este texto no vamos a hablar de la ternura desde la razón, la definición, la explicación, sino que vamos a construir un texto poético que parta de una anécdota, que trabaje con imágenes sensoriales, que esté ligada a la ternura.
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La canción del día: hoy les regalo una canción que ya conocen, seguramente, pero en una versión que me gusta mucho. Se trata de Un vestido y un amor en la voz dulcísima de Caetano Veloso. Cuánta ternura... ¿no?
La Tejedora
Estás en tu sillón preferido
¿te cuento un cuento?
había una vez
una tejedora que se encargó
de vestir a todos los niños
de su familia
levantás la mirada
parpadeás lento
bufandas, ponchitos
guantes y pasamontañas
tus manos me escuchan
tus dedos bailan torcidos
la tejedora comenzó
a necesitar más lana
los niños crecían
pero ella no quería que pasaran frío
intentás acomodar el cuerpo
y estirás la curva de tu brazo
la más pequeña ayudaba
siempre cerca de la tejedora
atenta a la canasta para que el gato
no jugara con los ovillos
aparece una sonrisa
la tejedora nunca dejó de tejer
con sus manos al principio
con sus abrazos después
y erguís tu espalda
asentís con un gesto conocido
los niños ya grandes
aunque extrañaban
las bufandas y los guantes
nunca más sintieron frío
(como cada tarde, no sé cómo seguir…)
mañana te cuento otro
y si sale el sol vamos al parque
Ahora, se te enfría el té, ¿te ayudo?
Guada
La muñeca Jenn
Un día de primer grado, todas las chicas nos pusimos de acuerdo para llevar nuestra muñeca favorita. Me acuerdo lo emocionada que estaba, mirando entre todas las que tenía cuál iba a llevar. La elegida fue Jenn.
Llegué al colegio con mi muñeca en la mochila. Esperé ansiosa que llegara el recreo, no podía esperar a que todas vieran lo linda que era.
Sonó el timbre, agarré a Jenn y bajé corriendo las escaleras hasta el patio.
Y ahí, me sentí fuera de lugar.
Todas tenían barbies de marca, con el pelo desenredado, la ropa limpia, articuladas.
Yo miré a la mía. Ni siquiera era una muñeca barbie. Era un peluche de una chica de uno de mis programas favoritos, "Hi-5". Tenía una sonrisa enorme, que ocupaba gran parte de su rostro. No era de marca, no podía peinarla ni cambiarla.
Por un momento pensé que se iban a reír de mi por llevar una muñeca que medía 3 veces más lo que median las suyas.
Pero lo que sucedió, me sorprendió.
Al parecer todas miraban el mismo programa, y en cuanto la vieron, dejaron sus barbies a un costado para admirar a Jenn.
Estuvimos todo el recreo jugando a tirarla para arriba y agarrarla.
Nadie jugó con las muñecas de marca.
Claudia
Carita tramposa
Pasó casi un año y medio de ese cruce tornado de miedo en el portal de la puerta corrediza del living. Un tiempo lo suficientemente prudente y será por eso que me animo hablarte. No creas que olvidé tus caricias ni tus enojos cuando era yo quien te abrazaba más de la cuenta. Tu llorar ante el primer baño, pero que poco a poco te empezó a gustar, especialmente durante los días más calurosos del verano. Traté de buscarte en rostros diminutos o en pelajes grisáceos. Pero, aunque fue en vano, sé que estás en el aire que nos inmuniza, soplando a través de las ventanas.
En estos días, vienen una cascada de preguntas a mi mente ¿Y el día que te perdiste? Un silencio amargo inundó la casa. Apenas cenamos y ninguno pudo conciliar el sueño aquella noche. Te encontré en el patio del vecino a la mañana siguiente. Hasta hoy no dejo de preguntarme cómo llegaste hasta allí. Solo cuando me viste, te acercaste únicamente a mí. Porque tenés que admitir que eras bastante arisca con los extraños.
¿Y el secador de pelo tan ruidoso que nos sorprendió a ambas? Dado que, no pude percibir la magnitud de tu miedo ante sonidos bruscos y que culminó con ese pequeño rasguño en el brazo. Pero no dolió porque aprendimos juntas a conocernos, entre susurros de miel y miradas cómplices.
¿Y tus amiguitos del barrio que merodeaban la terraza en los meses estivales? ¿Sería por vos o por el pedacito de hígado que crujía en la plancha? El alimento balanceado era muy aburrido para comer todos los días. Y aunque la veterinaria nos decía que comas solo eso, todos a escondidas, rompíamos las reglas. Y no faltaba, quien te alcanzara una cucharadita de queso crema o de yogurt de frutilla. Recuerdo tu chillido ansioso, al abrir una latita de atún o como te desesperabas por el filet de merluza que compraba en la feria.
Escucho decir a veces que ustedes son un poco antisociales. Creo que más que eso, es que tienen mala prensa o en algún momento la tuvieron. Una amiga me dijo una vez, que quien tiene gatos como mascotas, los va a elegir siempre. Y sí, tenía razón, después de nuestra experiencia lo comprobé. Nadie permanecería indiferente ante ese ronroneo, que nos consuela de las adversidades del día a día. Ese sentir indescriptible que solo conocemos los que tuvimos un felino en nuestro pecho. Sobre todo, ver esa imagen de ojos curiosos parpadeando arriba de una montaña de libros.
¿Te acordás del último libro que leímos juntas? Fue allá por ese mes de agosto después del mundial y leímos 1984 de George Orwell. Recorrimos muy despacio, página por página ese texto, que se mezclaba de sabor a mate y despedida. Y vos, tan astuta y difícil de engañar… hoy te imagino guiñándome un ojo, yo entendería perfectamente lo que estás pensando. Ni siquiera podrías imaginar cómo cambio todo desde nuestro último domingo de lectura. Miro el sofá blanco con las huellas que dejaste y te veo durmiendo. Probablemente, en unos meses ya no estemos acá. Nos mudaremos a un lugar más chico y es lo que más deseo ahora. La casa se llenará de cuerpos y de voces nuevas, pero no tengo dudas que alguien, allí, sentirá tu abrigo cubriendo las paredes.
Adri
Abuela Ana
El portón hacía un chirrido agudo que nos alertaba si alguien entraba. No había timbre, pero la gente golpeaba las manos y esperaba que atendiéramos, entonces mi hermana y yo salíamos corriendo y chocándonos para llegar primero a abrir.
La abuela no llamaba, entraba. Ella fue la única abuela que conocí, se llamaba Ana, era la mamá de mi papá. Ese día llegó como solía llegar, inesperadamente, sin avisar.
Papá se levantó de un salto y fue rápido a abrir la puerta cuando vio desde la ventana que era ella la que abría el portón para entrar, sin llamar.
A mamá siempre le cambiaba la cara y el humor cuando pasaba eso, y decía cosas entre dientes que yo no entendía. Papá salió tan rápido que nosotras no llegamos a correr a recibirla, se abrazaron y entraron. Yo me colgué de la falda de la abuela y mi hermana, que era más grande y alta que yo, se agarró de su brazo. Como siempre sacó de la cartera dos bananitas Dolca y dos chocolatines Jack, esos que traían un juguetito que se me perdía y yo lloraba y mi hermana se reía y me cargaba y cuando se distraía yo le sacaba el juguetito y me lo escondía, entonces la que lloraba era ella. Mamá se ponía a cocinar mientras papá y la abuela charlaban, se reían y decían cosas de grandes que no querían que escucháramos, por eso nos mandaban a jugar afuera.
Ese día estábamos pintándole la cara a una muñeca cuando escuchamos a papá y mamá hablando fuerte, más fuerte, gritando. Yo quería entrar, pero mi hermana decía que nos iban a retar. Nos quedamos sentadas en el suelo, con la muñeca titada a un costado, agarradas de la mano que a mi hermana le temblaba un poco, y también le temblaba un poco la pera y el labio de abajo; hasta me abrazó, que era raro, y apoyó la cabeza en la mía. Se escuchó un golpe fuerte en la mesa y mamá que se puso a llorar, yo también tenía ganas de llorar. La puerta se abrió y salió la abuela con su cartera en la mano, caminando apurada, seguida por papá que la agarraba del brazo, pero ella lo sacaba; se agachó, nos dio un beso en la frente y caminó con sus zapatos marrones haciendo ruido hasta la puerta, le dijo algo a papá que no entendí y se fue.
Por mucho tiempo la abuela no volvió a venir, hasta que una tarde de verano la vimos parada en el portón que ya no chirriaba porque lo habíamos cambiado, pero esa vez golpeó las manos.
Laly
Caminé por la Avenida Alameda
Que tantas veces nos cubrió de sombras
Hoy sé que te la recordé... Sin dudas
Sentí repentinamente tu mirada
No sé cómo pasó
Un escalofrío me invadió
Adiviné tu presencia tan cercana
Y a pesar de no oír tu taconeo
Volví la mirada y te busqué
Fue inútil
No te vi
Al menos tu perfume sintió ternura por mí
Impregnó mi espacio y quedé inmóvil
Apreté el recuerdo y en mí sonó tu voz
que rauda y temerosa escapó de ahí
Adiviné tus lagrimones negros y entintados
por el disfraz de lo que fue tu vida
Me rozó una suave brisa y acarició apenas
como tu aliento
y éste luego me ordenó seguir
Quedé esperando otro encuentro
quizás sin tu voz, sin tu mirada
y sin la magia de tu presencia
Definitivamente lo sé... eso sucederá
no logran ajustar los cordones
se desatan y se ensucian
y se ensucian las manos
las manos ensucian la boca y los ojos también.
mejor que ellos con sus pequeñas manos
Así fue en el jardín de infantes,
en los cumpleañitos,
en la pista de patín,
los patines primero
las zapatillas después.
Las medias
la roña de las medias
no hay nada que yo pueda hacer
excepto decirles:
–¡Qué mugre, amigo!
Crecen
sus manos se hacen fuertes
las mías duelen cada día más
Crecen
ya no necesitan caricias invisibles.
Ahora andan en Crocs con los tobillos torcidos.
Solo puedo decirles:
–¡Los pies derechos, nene!
11 de febrero de 1967
Querido diario:
Me enamoré.
12 de febrero
Diario de mis
secretos:
Ayer solo pude escribir esas dos palabras. ¡Es que nunca me había sentido así!
Pero no es por eso que te dejé abandonado desde la navidad. Es que, de regalo, “Papá Noel” me trajo al amor de mi vida. Lo vi en la contratapa de su libro. ¡Ay! ¡Este sentimiento tan lindo y extraño que me imagino es el amor! ¿Cómo voy a hacer? Me lo paso pensando en Wence. ¡Ya lo leí tres veces, al mismo libro! ¡Qué locura! Por eso no estuve escribiendo. Me estuve enamorando.
14 de febrero
Diario querido:
Todas las noches
me duermo con el libro sobre el pecho y por fin anoche pude soñar con él.
Aunque quisiera no podría olvidarlo, pero voy a intentar dejar por escrito uno
de los momentos más hermosos que viví desde que nací. Bueno, no hace tanto,
hace apenas doce años. Pero es así, fue el sueño más bonito de todos mis
sueños, de todos los que quería tener y tuve hasta hoy. Yo golpeaba la puerta
de madera blanca de una casa, estaba muy bien pintada, brillante. Alrededor del
marco había muchas flores. El sueño era en colores, veía el rosado de las rosas
chiquitas y los centros amarillo cremita que sobresalían de un blanco como
algodón del jazmín. Golpeaba tres veces, lento y suave pero no sabía por qué
estaba allí y mientras esperaba que alguien abra la puerta, me ponía a oler las
flores. Como mi cuello estaba estirado, el mentón elevado y los ojos cerrados,
cuando se abrió la puerta me puse colorada (¡parecía que estaba esperando un
beso!) Así que abrí grande los ojos, echándome para atrás, acomodándome un poco
la ropa, como planchando mi vestido. No te dije, en el sueño tenía un vestido
hermoso, con tiritas en los hombros, que se movía con la brisa que traía el
mar. Tampoco te dije que la casa con marco de flores tenía como fondo un mar
azul ¡tannn azul! Y el cielo, ahhh el cielo ¡tan azul también! Que ahora me
acuerdo que mientras esperaba pensé: el amor es azul.
Qué locos son los
sueños. Yo saltaba para atrás tan rápidamente, pero cuando la puerta se abría,
lo hacía como en cámara lenta. Mis ojos que ya estaban abiertos por haber sido
tomada por sorpresa, se volvieron más y más grandes, hasta ocupar toda mi cara
cuando lo vi a Wence aparecer con un pantalón y una camisa blancos, de una tela
liviana que dejaba ver algo del cuerpo de él. ¡Se veía tan lindo! Toda su
silueta contrastaba con la habitación también azul. Lo vi, lo vi lo vi! Y me
desperté.
Intenté volver a
dormir, pero no pude. ¡Recién me doy cuenta de que es el día de los enamorados!
Será por eso que soñé con él.
Kari
No es uno
de mis mejores días
Aún así
elijo mirar el cielo
azul
casi sin nubes
y pienso que
a pesar de la
inmensidad
me cubre
Una mariposa
se asoma ante mí
un poco tímida
al principio
Creo que me pide
que la siga
Yo voy hacia
la misma dirección
Y nos movemos juntas
Es como si bailara
o me bailara
Va dando vueltas
a mi alrededor
Y me divierte
Sonrío mientras voy
dando pasos
entre la gente seria,
concentrada, que habla,
que grita, que está
en su mundo
Como yo
Sus alas marrones
juegan conmigo
Están decoradas
por puntos amarillos
y sus bordes son
como de puntillas
Hasta que llego
a la puerta del súper
y me despido
internamente
de mi compañera
Vuelvo a la calle
a esquivar a la
gente que pasa
y escuchar los
bocinazos
de los conductores
apurados
Detengo mis
movimientos
Ahí está ella
revoloteando
sigue el camino
conmigo otra vez
y la siento feliz
Como yo