Les dejo por aquí una entrevista que le hizo Hinde Pomeraniec en el Malba, con motivo del lanzamiento de este libro:
ENTREVISTA A SAMANTA SCHWEBLIN
Ojalá quieran verlo porque habla mucho sobre la escritura, sus procesos, cuenta anécdotas y es super natural y sencilla.
El buen mal es el último libro de cuentos de Samanta Schweblin. Ella dice que siempre se sintió atraída por lo extraño, por lo raro que sucede en el ámbito de la realidad.Para el encuentro de hoy, decidí compartir con ustedes el impacto de uno de los cuentos, pero... darles solo una pequeña dosis: tan solo un párrafo y medio del comienzo del texto.Confieso que bastó leer eso para quedar enganchada. Leí ese cuento y luego otro y luego otro. Sí, los voy a compartir con ustedes, claro. Pero después. Ahora, el fragmento:
Salto al agua desde la punta del muelle y me hundo apretándome la nariz. Tras el impacto inicial abro los ojos, me entrego atenta a la caída que va suavizándose, a los tonos nuevos a mi alrededor, más densos y tornasolados. Desciendo, aguanto sin respirar.
Quizá pasa un minuto. Al fin, despacio, toco el suelo mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en la luna. Me suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una contracción llega desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo las piedras atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse. Para evitar arrepentirme, inspiro. Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y duro se me pega a las costillas. Quiero que esto pase sin dolor. Una decena de burbujas salen por la boca y la nariz y se elevan. Otro espasmo me acalambra y tengo miedo de lo que pueda ocurrir ahora. Suelto el aire que me queda. Me sorprende la sensación líquida donde antes había aire, pero sobre todo me sorprende la lucidez, la serenidad. Me miro las manos, más grandes y blancas que en la superficie, y me pregunto cuánto tardaré en perder el conocimiento.
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CONSIGNA DE ESCRITURALa propuesta de hoy es la siguiente: ustedes deberán continuar la escritura del cuento a partir del fragmento que les compartí (su inicio). No hagan trampa, nada de buscar el cuento eh... cuando me mandan la consigna resuelta, les envío el texto completito.

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CONSIGNA DE ESCRITURA
La propuesta de hoy es la siguiente: ustedes deberán continuar la escritura del cuento a partir del fragmento que les compartí (su inicio). No hagan trampa, nada de buscar el cuento eh... cuando me mandan la consigna resuelta, les envío el texto completito.La musiquita de hoy: no sé si escucharon a Lila Downs. Es mexicana.
Si no la conocen, les convido esta versión de La sandunga
~~~~~~~~~~~~~~~~~LOS TEXTOS DE USTEDES
Silvia
Ahora
que los días son más dulces,
y las palabras
un cachorro suelto en el parque,
planto mis pies en lo más hondo.
Las manos,
que
flotan,
apenas más azules,
levantan algún que otro poema:
son momentos,
los hilos que arrastra la marea
entre café y café.
Entre el borde de la taza y un pensamiento,
que a veces,
se escupe amargo.
Bajo el agua,
las manos despiden a un pájaro.
Entonces, doy la vuelta,
después de andar descalza
en un
camino de rocas:
guardo la ropa de viaje.
Las manos,
de un pálido azul,
acumulan el viento.
Y suelto uno por uno
pequeños granos de arroz,
una por una
las palabras.
Kari
Salto
al agua desde la punta del muelle y me hundo apretándome la nariz. Tras el
impacto inicial abro los ojos, me entrego atenta a la caída que va
suavizándose, a los tonos nuevos a mi alrededor, más densos y tornasolados.
Desciendo, aguanto sin respirar.
Quizá pasa un minuto. Al fin,
despacio, toco el suelo mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en
la luna. Me suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una
contracción llega desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo
las piedras atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse. Para evitar
arrepentirme, inspiro. Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y duro se me pega
a las costillas. Quiero que esto pase sin dolor. Una decena de burbujas salen
por la boca y la nariz y se elevan. Otro espasmo me acalambra y tengo miedo de
lo que pueda ocurrir ahora. Suelto el aire que me queda. Me sorprende la
sensación líquida donde antes había aire, pero sobre todo me sorprende la
lucidez, la serenidad. Me miro las manos, más grandes y blancas que en la
superficie, y me pregunto cuánto tardaré en perder el conocimiento.
Abro los ojos. No estoy muy segura, pero creo que
no pasó mucho tiempo desde el último pensamiento hasta quedar inconsciente por
un tiempo que no puedo determinar. Me pregunto si ya me fui o si todavía estoy
acá. Me pregunto si ya fui o si todavía soy.
¿Por qué estoy pensando? ¿Cómo es que puedo ver mi cuerpo, tocarlo,
sentir la soga atada a mi cintura? Respiro. Mis pulmones parecen funcionar sin
mayor problema. Siento agua en la boca. Trago. Siento la necesidad de abrir la
boca como un acto reflejo. No me molesta percibir el líquido, pero vuelvo a
tragar. En mi cuerpo eso se siente como una inyección de energía, de vida.
Observo mejor a mi alrededor y veo que el tono del agua tiene tintes violetas y
una densidad diferente a la que recuerdo antes de desmayarme. Unas personas se
acercan lentamente hacia mí. Su andar es fluido, como si el agua no generara
resistencia. Noto que la tierra es suave y cómoda, sin moho. Algunas partículas
se elevan cuando esta gente levanta sus pies descalzos. Están cada vez más
cerca.
Me doy cuenta de que lo que tengo que hacer es
dejar de tragar agua y de respirarla.
Claudia S.
Y no sé si era un lago o un río y ni
siquiera si había un muelle. Sí, mis manos se ven enormes y arrugadas, pero no
recuerdo cómo llegué hasta aquí. Mi mente parece flotar entre burbujas
diáfanas. No puedo encontrar a nadie que me explique algo. Solo veo peces de
colores e intento atraparlos, pero se escapan, se asustan en ese ambiente frío,
calmo y cubierto de piedras.
De pronto, empiezo a recordar todo
nítidamente y descubro que mi memoria permanecerá intacta. La discusión del fin
de semana, aquella que inundó de dudas nuestras vacaciones. Él me llevó, casi a
las rastras, aun cuando mis obligaciones laborales justificaban la negativa a
viajar. Había insistido desde hacía un mes y no se daba por vencido. Y sí,
esperó el feriado largo y sacó los pasajes aéreos. Y con esa persuasión que lo
caracterizaba, terminó por convencerme.
El chalet era grandísimo, me pareció
demasiado para nosotros dos. Pero, ya estábamos ahí y el alquiler había costado
muy caro y ni hablar de los boletos de avión, como para adelantar el regreso.
Hasta ese momento todo parecía normal, pero al día siguiente empezó a llegar
gente. Durante la mañana apareció una pareja de jóvenes. Después del mediodía
más y más personas se esparcieron por la casa. De lo que estoy segura es que no
conocía a nadie.
Al anochecer el nivel del ruido era
ensordecedor, mezcla de música y gritos. Subí a unos de los cuartos: el que
encontré vacío. Y luego me acosté sin tomar ni comer nada, eso también lo
recuerdo.
Ahora siento las manos frías, esas que
firmaron obligadas papeles indescifrables. Aquellas manos que temblaban como lo
hacen acá, en este silencio áspero que disfruto. Pero, los peces ya perdieron
sus colores y yo intento respirar al compás del lenguaje del agua. Después,
escucho una sirena y también gritos. Son gritos diferentes, desconsolados y no
hay música o por lo menos, yo ya no la escucho.
Laly
“Salto al agua desde la punta del muelle y me hundo
apretándome la nariz. Tras el impacto inicial abro los ojos, me entrego atenta
a la caída que va suavizándose, a los tonos nuevos a mi alrededor, más densos y
tornasolados. Desciendo, aguanto sin respirar.
Quizá pasa un minuto. Al fin, despacio, toco el
suelo mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en la luna. Me
suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una contracción llega
desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo las piedras
atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse. Para evitar
arrepentirme, inspiro. Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y duro se me pega
a las costillas. Quiero que esto pase sin dolor. Una decena de burbujas salen
por la boca y la nariz y se elevan. Otro espasmo me acalambra y tengo miedo de
lo que pueda ocurrir ahora. Suelto el aire que me queda. Me sorprende la
sensación líquida donde antes había aire, pero sobre todo me sorprende la
lucidez, la serenidad. Me miro las manos, más grandes y blancas que en la
superficie, y me pregunto cuánto tardaré en perder el conocimiento…”
Pero eso no ocurre y felizmente despierto
desesperada entendiendo que solo fue una pesadilla, no hizo falta deshacer el
nudo atado a mi cintura, pero inevitablemente tanteo para encontrar las piedras
que nunca estuvieron ahí
Por cierto noto que no puedo respirar… Y estoy
despierta poniéndome de pie junto a mi cama, sintiendo el loco latir de mi
corazón que busca salir de mí para “respirar” también él… Y no lo logra. Trato
de engañarme buscando serenidad para dejar que el aire circule por mi garganta
como el agua fresca y no sucede
Un ronquido me alerta aún más y atino a sentarme en
una silla de la que de inmediato me paro tirándola al piso en medio de la
desesperación que ya no ignoro y me pongo en puntas de pie tratando de
encontrar alguna posición que me permita aspirar pero es imposible
Ya no sé en qué lugar de la casa estoy y me entrego
al Todopoderoso pidiendo desesperadamente perdón por no intuir antes con
claridad quién es, y en la entrega busco relajarme para ayudar a “eso” que me
está pasando
Por fin, apenas “un hilito” de aire proclama un muy
débil y endeble ronquido
Un apenas perceptible y bendito “rasposo” sonido
seco, susurra su ingreso
Doy
gracias al Dios que me regaló mi madre
El
mismo al que le discutí tantas veces
Porque
no era cierto que lo quería
Como
ella me enseñaba
Y
le ruego que no me deje ahí...
Que
me acompañe unos minutos más
ÉL
que todo lo sabe -tal como ella me decía-
De
alguna forma me hace sentir que ya pasó lo peor
Y
que puedo estar por aquí
Un
tiempo más.
Rosana
Collage
(Pizarnik-Lispector-Schweblin)

Dar la mano a alguien
ha sido siempre lo que esperé de la alegría. Muchas veces, antes de dormirme
–en esa pequeña lucha por no perder la conciencia y entrar en un mundo más
vasto–, muchas veces, antes de tener el valor de embarcarme en el gran viaje
del sueño, finjo que alguien me tiende la mano y entonces avanzo, avanzo hacia
la enorme ausencia de forma que es el sueño. E incluso cuando, así́ acompañada,
me falta la valentía, entonces sueño. Sumergirse en el sueño se parece tanto al
modo en que ahora debo avanzar hacia mi libertad... Entregarme a lo que no
entiendo será́ como colocarme en los límites de la nada. Será como avanzar sin
avanzar apenas, y como una ciega perdida en el campo.
Pero…
Estuve pensando que
nadie me piensa. Que estoy absolutamente sola. Que nadie, nadie siente mi
rostro dentro de sí, ni mi nombre correr por su sangre.
Nadie actúa
invocándome, nadie construye su vida incluyéndome. He pensado tanto en estas
cosas. He pensado que puedo morir en cualquier instante y nadie amenazará a la
muerte, nadie la injuriará por haberme arrastrado, nadie velará por mi nombre.
He pensado en mi
soledad absoluta, en mí destierro de toda conciencia que no sea la mía. He
pensado que estoy sola y que me sustento sólo en mí para sobrellevar mi vida y
mi muerte. Pensar que ningún ser me necesita, que ninguno me requiere para
completar su vida.
Entonces…
Salto al agua desde la
punta del muelle y me hundo apretándome la nariz. Tras el impacto inicial abro
los ojos, me entrego atenta a la caída que va suavizándose, a los tonos nuevos
a mi alrededor, más densos y tornasolados. Desciendo, aguanto sin respirar.
Quizá pasa un minuto.
Al fin, despacio, toco el suelo mohoso con los pies, como una astronauta
aterrizando en la luna. Me suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se
tensa. Una contracción llega desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco
más. Tanteo las piedras atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse.
Para evitar arrepentirme, inspiro. Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y
duro se me pega a las costillas. Quiero que esto pase sin dolor. Una
decena de burbujas salen por la boca y la nariz y se elevan. Otro espasmo
me acalambra y tengo miedo de lo que pueda ocurrir ahora. Suelto el aire
que me queda. Me sorprende la sensación líquida donde antes había aire,
pero sobre todo me sorprende la lucidez, la serenidad. Me miro las manos,
más grandes y blancas que en la superficie, y me pregunto cuánto tardaré
en perder el conocimiento.
Entregarme a lo que no
entiendo será́ como colocarme en los límites de la nada.
Será como avanzar sin
avanzar apenas, y como una ciega perdida en el agua.
SEGUNDO TEXTO Ro
Estamos en el auto,
camino a Tigre. Es jueves a la tarde, a la mañana tuve taller de escritura. La
consigna es difícil, le digo mientras esperamos en el semáforo de la estación
de El Palomar, le cuento que, esta vez, el texto es tremendo pero que ya tengo
unas ideas. Él se queda mirándome mientras le hablo. Yo, con la vista al frente
le aviso que el semáforo está verde. Arranca.
Atravesamos el túnel
en dirección al colegio militar y leo:
“Salto al agua desde la punta del muelle y me hundo
apretándome la nariz. Tras el impacto inicial abro los ojos, me entrego atenta
a la caída que va suavizándose, a los tonos nuevos a mi alrededor, más densos y
tornasolados. Desciendo, aguanto sin respirar.
Quizá pasa un minuto. Al fin, despacio, toco el suelo
mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en la luna. Me suelto la
nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una contracción llega desde los
pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo las piedras atadas a mi
cintura, el nudo siempre puede deshacerse. Para evitar arrepentirme, inspiro.
Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y duro se me pega a las costillas.
Quiero que esto pase sin dolor. Una decena de burbujas salen por la boca y
la nariz y se elevan. Otro espasmo me acalambra y tengo miedo de lo que
pueda ocurrir ahora. Suelto el aire que me queda. Me sorprende la
sensación líquida donde antes había aire, pero sobre todo me sorprende la
lucidez, la serenidad. Me miro las manos, más grandes y blancas que en la
superficie, y me pregunto cuánto tardaré en perder el conocimiento”.
Lo tenemos que continuar,
le explico mientras veo su gesto consternado.
Me dice que podría ser
que está soñando. Para mí esa es la salida más fácil. Estoy de acuerdo, pero no
es un camino que quiera seguir. Le cuento que pensé en escribir desde la voz de
las piedras, la del líquido entrando a los pulmones y las manos debajo del
agua. Hace una mueca como que no le convence. No me importa, me gusta la idea,
aunque no sé muy bien todavía qué dirá cada elemento.
Llegamos a la
guardería, hacemos bajar la lancha y nos vamos al ocho. Nos ponemos a pescar. Tres
dorados saltan al lado de la lancha, salen del agua formando con el recorrido
un arco, antes de volver a zambullirse. Son muy dorados, muy brillosos y me
resulta tan estimulante que siento que mi cuerpo se llena de adrenalina. Nos
reímos. ¿Los viste? ¿Los viste? Hasta ahora nunca los había visto saltar tan
cerca. Los queremos atrapar, pero ni un pique, nada en toda la tarde. Se nubla
y sin sol empieza a hacer frío, los primeros fríos después del verano. Pienso
en el cuento mientras miro el agua y recojo la tanza con el reel. Volvemos a
casa.
Dos días después
todavía no sé cómo escribir siendo una piedra, o varias, atadas por una soga,
sumergidas en el agua que, estando fría, se empieza a entibiar en los pulmones
de la mujer. Si fuese esas manos que se ven más grandes y blancas que en la
superficie, a lo mejor estarían crispadas, tensas, aguantando la respuesta
natural del cuerpo por sobrevivir frente a la decisión de una mujer que, aun
pudiendo desatar el nudo, no lo hace, y llena el pecho de agua redoblando la
apuesta. Descartado, no se me ocurre más para decir y para un cuento no
alcanza.
Dos días después
recuerdo la forma en que está escrita “La vegetariana” entonces pienso en
escribir desde el lugar de, ¿el novio? ¿La hermana? Ella es suicida, no hay
dudas sobre eso, no va a tener otro final. Pudo haber dejado unas cartas o no,
mejor no, mejor hablar desde el sentimiento de culpa de ellos. No es necesario
que hayan hecho algo, pero el sentimiento lo van a tener. Tal vez piensen que
su amor no fue suficiente, que no alcanzó, que debían haber hecho algo que no
hicieron, que no supieron reconocer las señales, que creyeron ese dicho que
dice que quién amenaza no cumple. Pero ella sí cumplió, y yo sé muy bien sobre
los pensamientos y sentimientos que produce un suicidio, así que tranquilamente
podría haber escrito sobre eso.
Pero pasó que me topé
con Clarice, mi amada Clarice Lispector, tan luminosa. Y con Alejandra
Pizarnik, tan profundamente oscura, que se me ocurrió hacer un collage. Las
junté a las tres, a Lispector, a Pizarnik y Schweblin. Puse un par de conectores,
repetí el último renglón de Clarice y cambié la palabra campo por agua y busqué
unas imágenes en línea.
Abrí el Corel y armé
un collage con las fotos que saqué en línea de las tres mujeres y la de una
mano bajo el agua. Todas coloridas, le pegué flores, un libro que recorté y
dupliqué variando su tamaño. No sabía qué escribir, pero supe cómo combinar sus
voces y esas imágenes.
Ahora disfruto de
estar componiendo el collage, es de noche y él viene hasta la habitación en
dónde estoy para avisarme que está lista la cena.
Adri
Cuando imaginaba como
sería este momento, mientras lo planeaba minuciosamente, trataba de sentir cada
sensación que se me ocurría como si ya estuviera sucediendo. Por eso até las
piedras a mi cintura: pude saber de antemano que tal vez la desesperación fuera
mayor que mi deseo de morir en esta vida para nacer a otra. ¿Pero cuál? Si son
ciertas todas las teorías de que existe vida después de la muerte, yo debería
pasar por la muerte y volver a vivir, convertirme en agua, o viento, o
simplemente en partículas en suspensión, hasta que el universo decida que hacer
conmigo. ¿O estoy solo evadiendo el dolor que me ahora invade todo el cuerpo?
este cuerpo que comienza a sacudirse, estas manos torpes que intentan desatar
el nudo, para que las piedras caigan al fondo y pueda volver a la superficie, a
tomar inmensas bocanadas del oxígeno del que yo misma, ilusa de mi, decidí
privarme. Repentinamente una inmensa oscuridad me rodea y pierdo la conciencia.
Cuando vuelvo a sentir
mi cuerpo, ahora liviano y resbaladizo, me deslizo con el agua siguiendo la
corriente. Otros seres me observan pasar, como si fuera extraña a ese paisaje,
pero son amigables. Ya no tengo manos, ni piernas, ni nariz, solo sé que puedo
respirar a través de unas raras aberturas que tengo en mis costados.
Definitivamente sigo viva, aunque no estoy segura de si ésta era la forma de
vida que, ilusa de mi, deseaba tener después de la muerte.
Laury
Aunque
me gustaría no perderlo en ningún momento, pasar de un estado al otro sintiendo
que estoy más lúcida que nunca. Veo pasar algunos instantes de mi vida como si
fueran pompas que, al aparecer el recuerdo en mí, se escapan y me liberan. El
fondo cambia de color, como si el fango se convirtiera en un arco iris en el
que me deslizo hacia la una negrura que cada vez se hace más clara. Una liviandad
invade cada uno de mis órganos. Las piedras ya no pesan, aprieto el nudo con
las ultimas fuerzas para saber que ya no hay marcha atrás, el dolor se diluye,
algo que no puedo distinguir me roza la espalda, lo tomo como un abrazo de ella
que me espera. No fue una decisión tomada al azar, es ganarle a la tiranía del
tiempo y a la decrepitud de mi conciencia. No tenia de quien despedirme pero
igual decidí dejar a la vista mi diario, quizás, algún desconocido lo encuentre
y le dé un sentido a toda historia.
Claudia V.
Cierro los ojos esperando ese
momento. Me invade una plácida calma. Me siento flotar en un universo oscuro y
brillante a la vez. Ese universo acuoso parece acunarme suavemente al tiempo
que escucho un cálido arrullo.
De pronto, todo cambia y una
fuerza inusitada me arrastra. El agua me empuja con intensidad. El suave
arrullo desaparece y la furia se deja oír.
Mi cuerpo flácido, abandonado, es
acariciado por la espuma de esas aguas que reflejan el cielo. No puedo sentir
la tibieza de la arena bajo mi piel rugosa y húmeda.
Y el sol… me observa sin quemarme
desde allá arriba, hundido en la inmensidad.
Y yo…
Ahora
que los días son más dulces,
y las palabras
un cachorro suelto en el parque,
planto mis pies en lo más hondo.
Las manos,
que flotan,
apenas más azules,
levantan algún que otro poema:
son momentos,
los hilos que arrastra la marea
entre café y café.
Entre el borde de la taza y un pensamiento,
que a veces,
se escupe amargo.
Bajo el agua,
las manos despiden a un pájaro.
Entonces, doy la vuelta,
después de andar descalza
en un camino de rocas:
guardo la ropa de viaje.
Las manos,
de un pálido azul,
acumulan el viento.
Y suelto uno por uno
pequeños granos de arroz,
una por una
las palabras.
Salto al agua desde la punta del muelle y me hundo apretándome la nariz. Tras el impacto inicial abro los ojos, me entrego atenta a la caída que va suavizándose, a los tonos nuevos a mi alrededor, más densos y tornasolados. Desciendo, aguanto sin respirar.
Quizá pasa un minuto. Al fin, despacio, toco el suelo mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en la luna. Me suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una contracción llega desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo las piedras atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse. Para evitar arrepentirme, inspiro. Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y duro se me pega a las costillas. Quiero que esto pase sin dolor. Una decena de burbujas salen por la boca y la nariz y se elevan. Otro espasmo me acalambra y tengo miedo de lo que pueda ocurrir ahora. Suelto el aire que me queda. Me sorprende la sensación líquida donde antes había aire, pero sobre todo me sorprende la lucidez, la serenidad. Me miro las manos, más grandes y blancas que en la superficie, y me pregunto cuánto tardaré en perder el conocimiento.
Me doy cuenta de que lo que tengo que hacer es dejar de tragar agua y de respirarla.
Y no sé si era un lago o un río y ni siquiera si había un muelle. Sí, mis manos se ven enormes y arrugadas, pero no recuerdo cómo llegué hasta aquí. Mi mente parece flotar entre burbujas diáfanas. No puedo encontrar a nadie que me explique algo. Solo veo peces de colores e intento atraparlos, pero se escapan, se asustan en ese ambiente frío, calmo y cubierto de piedras.
De pronto, empiezo a recordar todo nítidamente y descubro que mi memoria permanecerá intacta. La discusión del fin de semana, aquella que inundó de dudas nuestras vacaciones. Él me llevó, casi a las rastras, aun cuando mis obligaciones laborales justificaban la negativa a viajar. Había insistido desde hacía un mes y no se daba por vencido. Y sí, esperó el feriado largo y sacó los pasajes aéreos. Y con esa persuasión que lo caracterizaba, terminó por convencerme.
El chalet era grandísimo, me pareció demasiado para nosotros dos. Pero, ya estábamos ahí y el alquiler había costado muy caro y ni hablar de los boletos de avión, como para adelantar el regreso. Hasta ese momento todo parecía normal, pero al día siguiente empezó a llegar gente. Durante la mañana apareció una pareja de jóvenes. Después del mediodía más y más personas se esparcieron por la casa. De lo que estoy segura es que no conocía a nadie.
Al anochecer el nivel del ruido era ensordecedor, mezcla de música y gritos. Subí a unos de los cuartos: el que encontré vacío. Y luego me acosté sin tomar ni comer nada, eso también lo recuerdo.
Ahora siento las manos frías, esas que firmaron obligadas papeles indescifrables. Aquellas manos que temblaban como lo hacen acá, en este silencio áspero que disfruto. Pero, los peces ya perdieron sus colores y yo intento respirar al compás del lenguaje del agua. Después, escucho una sirena y también gritos. Son gritos diferentes, desconsolados y no hay música o por lo menos, yo ya no la escucho.
“Salto al agua desde la punta del muelle y me hundo apretándome la nariz. Tras el impacto inicial abro los ojos, me entrego atenta a la caída que va suavizándose, a los tonos nuevos a mi alrededor, más densos y tornasolados. Desciendo, aguanto sin respirar.
Quizá pasa un minuto. Al fin, despacio, toco el suelo mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en la luna. Me suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una contracción llega desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo las piedras atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse. Para evitar arrepentirme, inspiro. Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y duro se me pega a las costillas. Quiero que esto pase sin dolor. Una decena de burbujas salen por la boca y la nariz y se elevan. Otro espasmo me acalambra y tengo miedo de lo que pueda ocurrir ahora. Suelto el aire que me queda. Me sorprende la sensación líquida donde antes había aire, pero sobre todo me sorprende la lucidez, la serenidad. Me miro las manos, más grandes y blancas que en la superficie, y me pregunto cuánto tardaré en perder el conocimiento…”
Pero eso no ocurre y felizmente despierto desesperada entendiendo que solo fue una pesadilla, no hizo falta deshacer el nudo atado a mi cintura, pero inevitablemente tanteo para encontrar las piedras que nunca estuvieron ahí
Por cierto noto que no puedo respirar… Y estoy despierta poniéndome de pie junto a mi cama, sintiendo el loco latir de mi corazón que busca salir de mí para “respirar” también él… Y no lo logra. Trato de engañarme buscando serenidad para dejar que el aire circule por mi garganta como el agua fresca y no sucede
Un ronquido me alerta aún más y atino a sentarme en una silla de la que de inmediato me paro tirándola al piso en medio de la desesperación que ya no ignoro y me pongo en puntas de pie tratando de encontrar alguna posición que me permita aspirar pero es imposible
Ya no sé en qué lugar de la casa estoy y me entrego al Todopoderoso pidiendo desesperadamente perdón por no intuir antes con claridad quién es, y en la entrega busco relajarme para ayudar a “eso” que me está pasando
Por fin, apenas “un hilito” de aire proclama un muy débil y endeble ronquido
Un apenas perceptible y bendito “rasposo” sonido seco, susurra su ingreso
Doy gracias al Dios que me regaló mi madre
El mismo al que le discutí tantas veces
Porque no era cierto que lo quería
Como ella me enseñaba
Y le ruego que no me deje ahí...
Que me acompañe unos minutos más
ÉL que todo lo sabe -tal como ella me decía-
De alguna forma me hace sentir que ya pasó lo peor
Y que puedo estar por aquí
Un tiempo más.
Collage (Pizarnik-Lispector-Schweblin)

Estuve pensando que nadie me piensa. Que estoy absolutamente sola. Que nadie, nadie siente mi rostro dentro de sí, ni mi nombre correr por su sangre.
Nadie actúa invocándome, nadie construye su vida incluyéndome. He pensado tanto en estas cosas. He pensado que puedo morir en cualquier instante y nadie amenazará a la muerte, nadie la injuriará por haberme arrastrado, nadie velará por mi nombre.
He pensado en mi soledad absoluta, en mí destierro de toda conciencia que no sea la mía. He pensado que estoy sola y que me sustento sólo en mí para sobrellevar mi vida y mi muerte. Pensar que ningún ser me necesita, que ninguno me requiere para completar su vida.
Salto al agua desde la punta del muelle y me hundo apretándome la nariz. Tras el impacto inicial abro los ojos, me entrego atenta a la caída que va suavizándose, a los tonos nuevos a mi alrededor, más densos y tornasolados. Desciendo, aguanto sin respirar.
Quizá pasa un minuto. Al fin, despacio, toco el suelo mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en la luna. Me suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una contracción llega desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo las piedras atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse. Para evitar arrepentirme, inspiro. Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y duro se me pega a las costillas. Quiero que esto pase sin dolor. Una decena de burbujas salen por la boca y la nariz y se elevan. Otro espasmo me acalambra y tengo miedo de lo que pueda ocurrir ahora. Suelto el aire que me queda. Me sorprende la sensación líquida donde antes había aire, pero sobre todo me sorprende la lucidez, la serenidad. Me miro las manos, más grandes y blancas que en la superficie, y me pregunto cuánto tardaré en perder el conocimiento.
Será como avanzar sin avanzar apenas, y como una ciega perdida en el agua.
Atravesamos el túnel en dirección al colegio militar y leo:
“Salto al agua desde la punta del muelle y me hundo apretándome la nariz. Tras el impacto inicial abro los ojos, me entrego atenta a la caída que va suavizándose, a los tonos nuevos a mi alrededor, más densos y tornasolados. Desciendo, aguanto sin respirar.
Quizá pasa un minuto. Al fin, despacio, toco el suelo mohoso con los pies, como una astronauta aterrizando en la luna. Me suelto la nariz y bajo los brazos, el cuerpo se tensa. Una contracción llega desde los pulmones, es un espasmo, espero un poco más. Tanteo las piedras atadas a mi cintura, el nudo siempre puede deshacerse. Para evitar arrepentirme, inspiro. Lleno el pecho de agua y un frío nuevo y duro se me pega a las costillas. Quiero que esto pase sin dolor. Una decena de burbujas salen por la boca y la nariz y se elevan. Otro espasmo me acalambra y tengo miedo de lo que pueda ocurrir ahora. Suelto el aire que me queda. Me sorprende la sensación líquida donde antes había aire, pero sobre todo me sorprende la lucidez, la serenidad. Me miro las manos, más grandes y blancas que en la superficie, y me pregunto cuánto tardaré en perder el conocimiento”.
Lo tenemos que continuar, le explico mientras veo su gesto consternado.
Me dice que podría ser que está soñando. Para mí esa es la salida más fácil. Estoy de acuerdo, pero no es un camino que quiera seguir. Le cuento que pensé en escribir desde la voz de las piedras, la del líquido entrando a los pulmones y las manos debajo del agua. Hace una mueca como que no le convence. No me importa, me gusta la idea, aunque no sé muy bien todavía qué dirá cada elemento.
Llegamos a la guardería, hacemos bajar la lancha y nos vamos al ocho. Nos ponemos a pescar. Tres dorados saltan al lado de la lancha, salen del agua formando con el recorrido un arco, antes de volver a zambullirse. Son muy dorados, muy brillosos y me resulta tan estimulante que siento que mi cuerpo se llena de adrenalina. Nos reímos. ¿Los viste? ¿Los viste? Hasta ahora nunca los había visto saltar tan cerca. Los queremos atrapar, pero ni un pique, nada en toda la tarde. Se nubla y sin sol empieza a hacer frío, los primeros fríos después del verano. Pienso en el cuento mientras miro el agua y recojo la tanza con el reel. Volvemos a casa.
Dos días después todavía no sé cómo escribir siendo una piedra, o varias, atadas por una soga, sumergidas en el agua que, estando fría, se empieza a entibiar en los pulmones de la mujer. Si fuese esas manos que se ven más grandes y blancas que en la superficie, a lo mejor estarían crispadas, tensas, aguantando la respuesta natural del cuerpo por sobrevivir frente a la decisión de una mujer que, aun pudiendo desatar el nudo, no lo hace, y llena el pecho de agua redoblando la apuesta. Descartado, no se me ocurre más para decir y para un cuento no alcanza.
Dos días después recuerdo la forma en que está escrita “La vegetariana” entonces pienso en escribir desde el lugar de, ¿el novio? ¿La hermana? Ella es suicida, no hay dudas sobre eso, no va a tener otro final. Pudo haber dejado unas cartas o no, mejor no, mejor hablar desde el sentimiento de culpa de ellos. No es necesario que hayan hecho algo, pero el sentimiento lo van a tener. Tal vez piensen que su amor no fue suficiente, que no alcanzó, que debían haber hecho algo que no hicieron, que no supieron reconocer las señales, que creyeron ese dicho que dice que quién amenaza no cumple. Pero ella sí cumplió, y yo sé muy bien sobre los pensamientos y sentimientos que produce un suicidio, así que tranquilamente podría haber escrito sobre eso.
Pero pasó que me topé con Clarice, mi amada Clarice Lispector, tan luminosa. Y con Alejandra Pizarnik, tan profundamente oscura, que se me ocurrió hacer un collage. Las junté a las tres, a Lispector, a Pizarnik y Schweblin. Puse un par de conectores, repetí el último renglón de Clarice y cambié la palabra campo por agua y busqué unas imágenes en línea.
Abrí el Corel y armé un collage con las fotos que saqué en línea de las tres mujeres y la de una mano bajo el agua. Todas coloridas, le pegué flores, un libro que recorté y dupliqué variando su tamaño. No sabía qué escribir, pero supe cómo combinar sus voces y esas imágenes.
Ahora disfruto de estar componiendo el collage, es de noche y él viene hasta la habitación en dónde estoy para avisarme que está lista la cena.
Cuando imaginaba como sería este momento, mientras lo planeaba minuciosamente, trataba de sentir cada sensación que se me ocurría como si ya estuviera sucediendo. Por eso até las piedras a mi cintura: pude saber de antemano que tal vez la desesperación fuera mayor que mi deseo de morir en esta vida para nacer a otra. ¿Pero cuál? Si son ciertas todas las teorías de que existe vida después de la muerte, yo debería pasar por la muerte y volver a vivir, convertirme en agua, o viento, o simplemente en partículas en suspensión, hasta que el universo decida que hacer conmigo. ¿O estoy solo evadiendo el dolor que me ahora invade todo el cuerpo? este cuerpo que comienza a sacudirse, estas manos torpes que intentan desatar el nudo, para que las piedras caigan al fondo y pueda volver a la superficie, a tomar inmensas bocanadas del oxígeno del que yo misma, ilusa de mi, decidí privarme. Repentinamente una inmensa oscuridad me rodea y pierdo la conciencia.
Cuando vuelvo a sentir mi cuerpo, ahora liviano y resbaladizo, me deslizo con el agua siguiendo la corriente. Otros seres me observan pasar, como si fuera extraña a ese paisaje, pero son amigables. Ya no tengo manos, ni piernas, ni nariz, solo sé que puedo respirar a través de unas raras aberturas que tengo en mis costados. Definitivamente sigo viva, aunque no estoy segura de si ésta era la forma de vida que, ilusa de mi, deseaba tener después de la muerte.
Laury
Aunque me gustaría no perderlo en ningún momento, pasar de un estado al otro sintiendo que estoy más lúcida que nunca. Veo pasar algunos instantes de mi vida como si fueran pompas que, al aparecer el recuerdo en mí, se escapan y me liberan. El fondo cambia de color, como si el fango se convirtiera en un arco iris en el que me deslizo hacia la una negrura que cada vez se hace más clara. Una liviandad invade cada uno de mis órganos. Las piedras ya no pesan, aprieto el nudo con las ultimas fuerzas para saber que ya no hay marcha atrás, el dolor se diluye, algo que no puedo distinguir me roza la espalda, lo tomo como un abrazo de ella que me espera. No fue una decisión tomada al azar, es ganarle a la tiranía del tiempo y a la decrepitud de mi conciencia. No tenia de quien despedirme pero igual decidí dejar a la vista mi diario, quizás, algún desconocido lo encuentre y le dé un sentido a toda historia.
Claudia V.
Cierro los ojos esperando ese momento. Me invade una plácida calma. Me siento flotar en un universo oscuro y brillante a la vez. Ese universo acuoso parece acunarme suavemente al tiempo que escucho un cálido arrullo.
De pronto, todo cambia y una fuerza inusitada me arrastra. El agua me empuja con intensidad. El suave arrullo desaparece y la furia se deja oír.
Mi cuerpo flácido, abandonado, es acariciado por la espuma de esas aguas que reflejan el cielo. No puedo sentir la tibieza de la arena bajo mi piel rugosa y húmeda.
Y el sol… me observa sin quemarme desde allá arriba, hundido en la inmensidad.
Y yo…
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