jueves, 29 de mayo de 2025

11~Tu lugar: una serie de consignas ~ Episodio 2

                                


Hoy vas a realizar un recorrido sensible por tu lugar. Ese recorrido le va a permitir a quienes te lean hacer una caminata también sensible a través de los puntos que vayas mostrando en el texto. 

Es una especie de city-tour emocional que puede tener las paradas que vos quieras y te podés quedar el tiempo que desees en cada una de ellas. 

Armá un nuevo mapa y contá ese itinerario como si fueras un guía turístico y se lo estuvieras presentando a alguien que no conoce el lugar. Mostrá puntos que sean significativos para vos, que guarden historias, propias o ajenas, o que inventes para dar forma a ese recorrido. 

 



*La ilustración contiene la tapa del libro interactivo Mapa subjetivo del viaje, de Aniko Villalba. Es un libro con espacios para completar durante un viaje.


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LOS TEXTOS DE USTEDES

Claudia V.
Llegando al cielo
Vas a salir del valle por la Ruta 9 hacia el Norte. Mucha vegetación, recordá que las Yungas no están tan lejos. Dejemos a los costados del camino una serie de pueblitos que asoman entre la vegetación: Lozano, León. El río se esconde tras la espesura.
Si vas para los Carnavales, prestá atención, donde veas casas adornando sus porches con banderines de colores, es que te están esperando. No te van a preguntar el nombre ni de dónde venís, sólo te recibirán con copitas de colores y licores varios, que deberás tomar con cuidado, para poder continuar el viaje.
A mitad de camino, vas a llegar a Volcán, Pueblito que alguna vez quedó sepultado bajo el lodo. Desde la Ruta puede verse la estación de tren, solitaria, casi olvidada cubierta del polvo blanco que el viento trae de la calera. Mucho polvo blanco bajo un cielo celeste impúdico, desnudo de nubes. A partir de allí, el sol te acompañará el resto del trayecto. Atrás quedó la espesura verde y ya empieza a delinearse la cordillera. También te acompañará el río, escondiéndose en su ancho cauce, correteando entre las piedras. Parecería que no está, que se ha ido olvidando sus vestiduras, pero no, está allí, agazapado, esperando las vertientes que derrite el sol y entonces, ¡cuidado! Puede ser fatal.
La ruta va rodeando las montañas, que se levantan imponentes como monstruos dormidos; a la derecha, detrás del río, a la izquierda mostrando el camino del Inca. No trates de recordarlos, sólo admiralos, porque a la vuelta, cuando caiga el sol, parecerán otros, que nunca has visto.
Tomá envión y subí la Cuesta de Bárcena para ver la Quebrada en todo su esplendor. Los pastizales amarillentos se tiñen de verdor al recostarse sobre el río y los cardones se levantan en las laderas como soldados custodiando la Patria.
El primero en recibirte será Tumbaya. Pueblito chiquito, tumbado sobre los cerros a orillas del Río Grande. Con su Iglesia, único personaje en ese pueblito, que espera con ansias recibir a la Virgen de Copacabana el domingo de Ramos. Virgen que habita en los cerros de Punta Corral y baja para la Cuaresma acompañada de bandas de sikuries que la escoltan hasta allí. Los peregrinos comienzan a subir para buscarla y acompañarla en el descenso, por distintos senderos desde la noche anterior.
Dejando Tumbaya, te vas a dirigir, por fin, a ese pueblito abrazado por los cerros. Te recibe, con los colores del arcoíris, brotando desde el centro de la tierra y explotando en las laderas.
Desde allí, caminando entre casas de adobe, vas a llegar a la plaza donde los colores estallan en las artesanías de las cholas.
No podemos dejar de ir al Paseo de los Colorados. Un sendero entre los cerros rojos, donde el viento y el agua esculpió refugios para el disfrute de los más pequeños. Un hilo de agua cristalina y saltarina recorre la acequia y mientras subís casi sin darte cuenta, ves allá adelante un cerro que parece cortado por una sierra, todo marrón y custodiado por altos álamos. El cielo, el cerro, los álamos, alguna plantación de maíz, el sonido del agua en la acequia, el aire… la brisa… rojo bermejo a tu alrededor.
Vas a seguir los senderos carmesíes, cruzando cauces desiertos y descubriendo caminos que nos llevan a otros colores, verdes azulados brillan bajo la luz. Amarillos dorados se confunden con el sol. Sólo caminá… admirá… respirá… hasta que el sendero te abandone sobre el pueblo.
Por la noche recorré sus callecitas polvorientas bajo la luz de la luna. Si podés, abrazadita y en silencio, admirá el sinfín de estrellas que brillan en lo alto. Llevá un ponchito porque la noche siempre es fría y entrá en algún bolichito donde se canta y a veces se baila hasta que las velas no ardan. Reí, cantá, bailá.
Al día siguiente, cruzá el río, mirá los “amarillos” bien de frente y trepá por los cerros viendo pastar las cabras. Subí… un poco más… subí. Mirá las alturas, mirá atrás y seguí subiendo…
Estás llegando al cielo.
 
 
Claudia S.
    Cuando decidas tomarte unos días, aunque sean escasos, no dudes en visitar Las Grutas en la provincia de Río Negro. Bastará pisar esas tierras para conectarte con un lugar que se apropiará de tu cuerpo y te deslizarás por caminos nuevos. Caminos a los que querrás volver una y otra vez con tu memoria más allá de las innumerables fotos que tu cámara o celular puedan captar.
    Además de cualquier consejo que pueda contribuir a ese viaje que va a ser el tuyo, lo que realmente importa es despojarse de la inevitable rutina. Rutina que tardará un tiempo hasta bajar los niveles de estrés. Todo aparece y desaparece con el tiempo. Las fotos quedarán guardadas, aquellas que pudimos revelar. Las que están en los archivos, la mayoría, permanecerán aún más lejanas que las anteriores.
    Por ese motivo, mi viaje se concentra en apreciar cada instante, detesto sacar fotos y menos que me fotografíen. De este lugar que elegí para escribir creo que no tengo ninguna. Todo se conserva nítidamente en mis recuerdos. El color de las aguas captado por mis ojos, lo veo como si ese paisaje lo tuviera frente a mí. Pienso en ese lugar muchas veces y me gustaría volver. Sé que no va a ser el mismo sitio de hace diez años. Porque nunca encontramos esos espacios como los vimos por primera vez. Algunas veces se ven mejores y otras más abandonados. El clima cambia permanentemente y ese que había sido ideal, quizás resulte agobiante cuando vuelvas.
   El centro de la ciudad resultó muy agradable. Los comercios repletos de prendas pintorescas, como cualquier centro turístico. Allí descubrí una sucursal de una librería, ubicada en la avenida principal de Caseros. Todo era asombroso. Lo más importante era saber los movimientos de las mareas para evitar corridas y poder disfrutar de la playa al máximo. Creo que si te gusta nadar en el mar y pasar horas tomando sol no es el lugar adecuado. Tendrías que elegir algún lugar de la costa de Buenos Aires o viajar al exterior. En mi caso en particular, nunca tomo sol. Creo que mi última exposición solar fue involuntaria, caminando por la costa al mediodía y sin ningún protector.
     Uno de los lugares que visitamos, entre otros, fue el Puerto San Antonio Este. Cerca de allí pude ver los carriles de las vías del ferrocarril que conectaba esa ciudad con Bariloche. Hoy todo se mezcla de sensaciones ya que ese tren volvió a funcionar después de muchos años. Ese podría ser uno de los motivos para regresar y poder ver esos rieles que estaban incrustados en la tierra, ahora con el tren en movimiento. Aunque sea, desde el andén pero funcionando mirar no solo turistas, sino personas de esa provincia, impedidas de viajar durante tanto tiempo.
 
Morena
Si agarran un poco por acá y otro poco por allá, 
puede que su suerte los guíe hacia el campo argentino.
Se le llama campo a lo que vive alrededor de la ruta? 
Las vacas se aburrirán?
O será que se entretienen al vernos pasar como me pasa a mi cuando las veo.
Parecen distintas las nubes en el medio de la ruta. Será? 
Me acuerdo que mi hermano me había hecho un chiste sobre que los caballos qué estaban acostados era porque estaban muertos y así yo lo creí. 
Hasta que un día vi uno acostado que se movió y, después de un minuto de creer haber visto la resurrección misma de una especie semejante, noté su picardía y reí de mi inocencia.
Puede que su suerte los guíe más allá de la ciudad brillosa del mar y la plata. 
Ahí está el pato. Ahí está el faro. Qué olor a lobo. 
Acusar al que esté en el auto de ser el causante de ese mal olor. 
Reí mucho.
Puede que después de un rato lleguen a un hermoso camino de árboles. 
Siempre me parecieron majestuosos, así en su naturaleza: Doblados por el viento que durante años los ha acariciado, sujetados entre si con una hermandad envidiable.
Si uno se pierde entre la espléndida arbolada, los vistazos sorpresivos del mar atlantico son pequeños destellos qué preparan a uno para la revelación esperada.
Y así, que te deja sin aliento, aparece el ser hermoso que con su paleta de azules y verdes te saluda. Y claro, te devuelve el aliento con un plus inolvidable. 
Bueno ya eso a cada uno. Eso a mí, específicamente a mí. 
Y cuando mirás para el otro lado? 
Por suerte hay justicia, hay alivio y amparo.
Un pueblo despreocupado y sin exigencias te invita para ser caminado. 
Si llegaron hasta ahí, puede que su suerte haya sido similar a la mía. 
Puede que allí se me encuentre, caminando.
 
Rosana
Hogar
 
Frutales, pavas y latas rebosantes de plantas
Pequeña casita en medio de una porción de Palomar
Nos abrió los brazos, la jungla
Verde, verde, réquete verde
Sin buscarla la encontramos
 
Nos hizo de ella
 
Hoy apenas se esconde tras unas rejas con firuletes
En el jardín, el sol baila entre espejitos
Cuando nos visita el viento
Ella llama a los ángeles
Vive contenta, plena de colores
Huele a sopa, sahumerios y flores
 
Espacio de reunión de pájaros y amigos
El paso del tiempo la hizo crecer
Ampliamos su generoso corazón
y la familia, siempre la familia, en ella
Hablo de un lugar que amo
Hablo de mi lugar en el mundo, mi casa.
 
 
Kari
Ese viaje a Puerto Madryn tuvo muchos de los paisajes y climas que me gusta leer.
No sabíamos si estábamos llegando o no, llevábamos varias horas transitando la ruta en el auto. La noche nos cubrió, pero no sola. La acompañó una tormenta y unas luces extrañas que se veían a lo lejos. ¿Dónde estamos? ¿Vamos bien? Son las preguntas que recuerdo. Un poco de miedo, también. Y fascinación. Porque a las tormentas les tengo respeto y un poquito de miedo, pero muchísima fascinación. Cómo todo lo que ves y sentís
puede cambiar en un segundo cuando la tormenta decide presentarse…
Llegamos vivos al lugar precioso donde nos alojamos, eso fue lo importante. Al día siguiente podríamos empezar a
visitar la zona.
Si tengo que ser sincera, no sé cuál fue de los días de ese fin de semana largo de febrero. Solo recuerdo fragmentos de la ciudad, bordear la playa, encarar para la ruta que nos llevaría a Puerto Pirámides. Las llamas, ¿eran llamas? A veces maldigo mi falta de memoria para ciertas cosas, me encantaría recordar exactamente qué vi, qué era, cómo se llamaban los animales, los lugares, fechas, incluso las fechas históricas y los eventos importantes que se supone todos deberíamos recordar.. Pero entendí, estudiándome con Diseño Humano, que no tengo la habilidad de recordar tanta información exacta. Yo siento. Mucho. Recuerdo perfectamente las sensaciones. Puedo no acordarme ni una pizca de la trama de un libro, pero sí recuerdo muy bien cómo me hizo sentir. Y si me hizo llorar, jamás me lo voy a olvidar.
Volviendo a Puerto Pirámides, no sé si decir que me maravilló cuando llegamos ahí. Recuerdo un terreno desnivelado, como si el almacén donde compramos algo para comer y tomar estuviese más arriba de los negocios de turismo, y estos más arriba de la costa. ¿Sería así? No lo quiero buscar ahora, perdería la magia de no saber si mi cabeza retuvo con precisión lo que yo estoy viendo ahora como un recuerdo.
Fuimos haciendo un recorrido por la ruta, admirando el paisaje, sacando fotos con el celular y la cámara, parando
en los miradores y compartiendo el lugar con algunas otras personas en la misma que nosotros. A mí me da vida la naturaleza, más allá de la obviedad. Me conecta con un pulso, con un ritmo que se siente suave y orgánico para mí. Observar la inmensidad ya no me hace sentir chiquita, al contrario, me maravilla y me llena de energía el saber que pertenezco al mismo lugar donde esas aguas, esos terrenos, esos animales, existen. Solo que, no recuerdo si
durante ese viaje ya me sentía así.
Al regresar, fuimos a sacar fotos al mar, creo que pasamos por algunas piedras y… al rato, estaba frente al
atardecer más hermoso de toda mi vida y ya sé que tengo 32 años y seguramente me falta mucho mundo por recorrer pero estoy casi completamente segura de que será el más maravilloso de todos los que veré. Ese lo recuerdo, en realidad recuerdo sus colores cuando no lo veo. Desde aquel año, ¿2021? Sí, creo que sí, desde el 2021 que tengo la foto como fondo de pantalla de mi Whatsapp. No se aprecia perfecto por todos los mensajes que hay, pero cuando escribo o me escriben cortito, puedo ver más. Esos colores, los tengo en mi mente y no los
puedo describir. Todo es una mezcla de fucsia en el cielo y petróleo en el mar. Uf, sí, no fue la mejor descripción la del mar, pero pensé en el color de ropa petróleo y lo veo así. Y llegaron los rayos, los relámpagos. El cielo hablando y después gritando. La lluvia que nos permitió cenar unas rabas y la tormenta de la vuelta, que no nos dejaba ver bien en la ruta. ¿Qué hacemos? ¿Paramos? Paramos a ayudar unas personas que estaban con el auto al costado de la ruta. Seguimos despacio, con paciencia. El cielo iluminándose, contando una de esas historias de magia y fantasía que tanto me gustan a mí.
 
Adri
Caminos
Este recorrido comienza por el final
o tal vez este final sea el principio
en este final hay cosas que ya no tengo
 y eso que las guardé por mucho tiempo
hace unos días te las habría mostrado
una por una y en detalle
hoy si quisiera hacerlo ya no se dónde buscarlas
y para ser sincera no las extraño
 
Lo que quiero es invitarte a pasar
y también asombrarme con cada rincón
como si no conociera ninguno de mis sitios
desplegar el mapa que no se adónde lleva
y probar distintos caminos
uno que lleve a compartir el vino
otro que termine en mi cama
 
Y alguno para acompañarte a la puerta
cerrarla cuando salgas y tener ganas
de volver a abrirla si volvieras.



Martín
Le invito un paseo por Mi Luna.
 
Se la puede recorrer dando saltitos. Cada pisada va a dejar una fina nube de polvo que termina posándose muy lentamente sobre la superficie igual que hace la espuma en un café recién hecho. Pruebe sin miedo pero sin exagerar, se podría generar una polvareda y no nos podríamos ver hasta mañana.
También podría caminar arrastrando los pies, tal cual lo haría en las playas de arena suave, el efecto sería igualmente inolvidable y el camino recorrido permanecerá inalterable por muchísimo tiempo, tanto tiempo que en tu próxima visita podría recrear su último paseo.
Deberá tener extremo cuidado con los saltos que no deberán ser más fuertes que un saltito transformándose en un viaje interminable. Si en algún momento, ya sea por algún compromiso o aburrimiento, quisieras volver a la Tierra le alcanzaría con un buen salto fuerte y preciso para luego abrir los brazos y dirigir el vuelo.
Aunque no haya cielo ni nubes no debe sentirse nunca desprotegido, tenga en cuenta el inmenso silencio que lo cobija en todo momento. 
Sigamos caminando, lo invito a pisar mis pisadas y así no perdernos, ya que iremos a la parte no explorada, sin mapas ni curiosos. El lado oculto se acostumbró a mí, yo nunca dejé de sorprenderme. Lleno de castillos construidos con el mismo polvo que pisamos y que ninguna ola de ningún mar los podrá derribar y aquí sí que hay mares. Con el tiempo yo también construí los míos, son imperfectos pero son castillos.
Lo invito a seguir caminando siempre sobre mis pisadas, las misma que vengo pisando desde que llegué aquí. Yo no quisiera y usted tampoco derribar ningún castillo.
Mire con atención la fábrica de relojes construidos con burbujas de vidrio tenue y polvo. Dejan ver lo lento y tranquilo que aquí transcurre el tiempo.
Sigamos hasta el mar, habrá que saltar, hagámoslo con extremo cuidado solo debemos caer. Allí nos encontraremos con el mirador más maravilloso de estrellas que solo la imaginación le hubiera invitado a admirar.
Más allá se encontrará mirando con cuidado otros satélites, si se maravilló con el mío no lo invito a quedarse pero podría encontrar el suyo.
Podrá notar nada de viento, dese cuenta, sienta su rostro o su cabello. Se preguntará algo muy importante: ¿Cómo haríamos para remontar un barrilete? Algo posible en el lado oculto, fíjese aquella fábrica de barriletes sin hilos, se sujetan con polvo hilvanado meticulosamente. Entre nosotros le cuento: el secreto es que los barriletes no vuelan aquí, solo flotan y lo hacen muy bien.
Sigamos caminando, sigamos mis propias pisadas de caminatas anteriores, salgamos de este lado, ya estoy algo cansado, vayamos a aquella montañita de polvo donde podremos acostarnos, después de todo no hay nada más perfecto que descansar a la luz de la Tierra.


Laly
Esta tierra hermosa a la que recuerdo con gran cariño -Luján de Cuyo en la pcia de Mendoza- es de gran vegetación y enormes extensiones, sin hacinamientos y con un clima riguroso a no dudarlo -calor de morir en pleno verano y fríos rigurosos en invierno-. 
Allí aún hoy no se conoce la falta de agua y ésta corre por las acequias que bordean cuanta vereda encuentran a lo largo  y ancho de kilómetros de extensión, regalando su sonido y cristalina presencia.

Es la riqueza incolora que se ansía tener en el propio terruño, además de ver y oír su paso por los viñedos,  embalses, diques y ríos que se enriquecen en cada temporada. Siempre es el agua pura y transparente que cae de las montañas como un cristal que canta al verde del paisaje por donde se mire, o marrón según las alturas o grises acerados de las cordilleras que miran curiosas el paso de los siglos

Tan rica y frondosa es la provincia, que hasta es común al caminar por la calle, retirarles los esquejes de las bases a los árboles que brotan -rozando las veredas- para que no resten energía al crecimiento y mantenimiento de los mismos.

Es fácil ver -durante alguna excursión por los yacimientos- una llama solitaria e importante quemando combustible en forma permanente en medio de la soledad del paisaje convidando a éstos sus gases sobrantes,  mostrando audaces lenguas de fuego y otras de humo a 
cambio de obtener menos movimientos de tierra -temblores- disminuyendo en algo el espanto de los seres vivos por estos últimos. 
Advierten así posibilidades de entretejer los fenómenos y condiciones que son propios del lugar expuestos a los cambios.

La ciudad de Mendoza en los 20 años en que residí,  tenía pocos teatros a los que llegaban algunas compañías de Buenos Aires y por otro lado algunos cines no muy diferentes de los que habían en las ciudades cercanas a ella, como en el caso de Luján de Cuyo en 
donde también se disfrutaba de un teatro con compañías locales de la región que solían llegar y era un placer concurrir.

En la actualidad el paisaje que conocí ya no existe, la ciudad está aggiornada, con anchas avenidas, edificios antisísmicos aunque las viviendas bajas todavía a su manera compiten. Las autopistas fueron muy bien recibidas y la  Avenida principal San Martín dejó de 
inundarse hace muchos años ya que dejaron de existir los canales a cielo abierto. 

Ésta última está construída en una fuerte depresión geográfica motivo por el que fácilmente recibía -como una gran olla- el fluído de los canales de la ciudad y las acequias, además del caudal pluvial. Según entiendo todo esto ha sido superado.

Algunas de mis amigas de la primaria con las que aún tengo contacto se ven de vez en cuando para tomar algo y charlar, después me lo comentan y me siento integrada, esto no deja de ser para mí un dato de color.


Verdes y fuertes esquejes 
Acunan los vientos de aquellos días 
Se funden con mis realidades
que contemplo en el espejo de mi océano.




 





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Musiquita del día: Les dejo por aquí esta canción de Memphis la blusera. Se llama Alma bajo la lluvia. Hay un lugar que es especial para alguien, una ciudad, un barrio, unas cosas que pasan. 







*Esta serie de consignas está inspirada en el último mundial de escritura organizado por Santiago Llach

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