La consigna de hoy te propone lo siguiente: vas a contar la vida de alguien sin cuya presencia no podés imaginar ese lugar. Puede ser un familiar, un vecino, la directora de la escuela, el hermano de tu amiga, un chismoso, un fantasma, un perro.
Ese personaje condimenta el lugar que elegiste para contar. ¿Quién es? ¿Dónde nació? ¿Hace cuánto vive ahí? ¿Vive? ¿Lo conocés? ¿Hablaste con él o con ella? ¿Qué lo hace especial? ¿Cómo es un día en su vida? ¿Es un personaje visible o se escabulle? Contá esas anécdotas o escenas que nos muestren tu lugar a través del personaje elegido.
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LOS TEXTOS DE USTEDES
Claudia S.
Doña Blanca
Doña Blanca
Trato de buscar en aquella ciudad, con sus playas de agua esmeralda, a ese personaje que formo parte de mi estadía allí. Podría describir varios como el librero del centro comercial, el vendedor de churros con sus tarareos o a un lugareño siempre con ganas de ayudar en guiarnos en lo que se necesite.
Pero me decidí a hablar de alguien que me recibió en su hostería, doña Blanca. Una mujer de cabellos largos y desteñidos, de ojos azules y mansos. Su estatura era relativamente baja y su espalda bastante encorvada. Su jornada se dividía entre registrar nombres de huéspedes y en balancearse en su viejo sillón de mimbre. Con su mirada distante hace rodar su memoria y habla y habla y cada tanto se le pierden las palabras, pero las alcanza al instante.
Esta historia, la de la propietaria de Los pájaros comienza en su cocina entre frascos de mermeladas de frutos rojos. Mermeladas cuyas recetas esperan siempre a alguien dispuesto para aprenderlas y divulgarlas.
Entre azúcar y frutas, el relato saborea de imágenes todo el espacio. Llegó a Las Grutas con su esposo, casi recién casada. Habían vivido un tiempito en una pensión en la ciudad de Buenos Aires y con sus ahorros decidieron probar suerte allí. Ambos atraídos por la belleza de los paisajes, de ese clima perfecto y de esa ciudad que se vislumbraba ser importante en materia de turismo.
Comenzaron con la venta de productos regionales, entre ellos distintos tipos de panes que ellos mismos preparaban. Después de un tiempo, doña Blanca decide alquilar cuartos y su casa comenzó a albergar turistas y en su comedor se mezclaban las lenguas. Palabras en francés, en inglés y su italiano se desparramaban en ese mantel, testigo de innumerables historias. Su esposo parecía entusiasmado al principio, pero al poco tiempo decidió regresar a su pueblo natal, en Balcarce.
Siempre admiré a esta señora, que con sus noventa años seguía allí. Su lugar elegido, su contacto con personas extranjeras y de otras regiones cercanas, la enriquecía a través de relatos de apasionantes aventuras. Se divertía cuando escuchaba reír a los adolescentes y cada día de su permanencia allí, era uno menos para ella. Las charlas transcurrían en idiomas distintos, pero poco a poco aprendió a descifrar por gestos lo que no entendía. Y se manejaba muy segura cuando le pedían alguna comida típica que desconocía. Siempre emprendía su mañana con jovial optimismo.
Pasaron diez años de la última vez que nos vimos. La recuerdo en su mecedora, viejita, ya muy viejita, como alguien que llego a esas tierras y que se enamoró. Pero, al momento de elegir, no pudo. Ya ese lugar había elegido a esta señora, que sigue allí. La veo espiando por las ventanas, tan transparente y lúcida como esos cielos azulados. La imagino en cada cucharón, despertando a los huéspedes más remolones para servirles sus enormes desayunos. Abundante comida casera, viandas recién horneadas, en esa mesa gigante, esperan nuevos visitantes cada mañana. Y doña Blanca aprenderá sus nombres, sus costumbres para que por lo menos allí, sientan un ambiente tan cálido, al que quieran regresar siempre.
Este ayer acurrucado espera que le dé el sol para volver a brillar por unos cuantos minutos más. Pasos, voces, risas y la vida de entonces laxa aguardan durante el olvido sin saber que lo hacen. Soplan vientos y recuerdos en esta memoria rica ante el devenir del tiempo que yergue sin pedir permiso un pasado de trajín diario y en un lugar de montañas que muestra ser inocente.
Eso que camina frente a la casa escuela lugareña es la vida de los otros que oye un vozarrón gritando airado ¡burros! a los desorientados alumnos que atribulados escuchan y a menudo sin entender los métodos didácticos del maestro dueño de un estruendoso vozarrón. El niño que, encerrado, grita y patea dentro del baño de esa rara casa escuela se escucha desde la calle. Los estudiantes incrédulos del garage hecho aula oyen silenciosos sin entender nada de lo que explica el maestro que se esmera en acariciar el puntero caminando lento hasta la calle mientras los alumnos tratan de resolver lo escrito –que despatarrado mira desde el negro pizarrón. Solemne saluda el maestro con puntero en mano a los lugareños que ve pasar. Estos con gélida mueca responden a su expresión y comentan en el pueblo el llanto "salido del baño" de la casa escuela en cuestión "es del hijo del maestro" dicen las voces de por ahí.
Ante la actitud del hombre la frialdad reina en el lugar de estudio y la incomprensión también. Se murmura que la madre da clases desde temprano en una escuelita de Lunlunta, zona no muy alejada del lugar de marras y su horario de regreso es a la hora de la siesta.
Después de un mediodía cualquiera el espanto vestido de rojo y pintado de noticia cruda se adueña del lugar como una llamarada enorme y loca que suelta corre hasta por los caminos del Inca. ¡La mujer del maestro se ahorcó! Quedó colgada del techo del baño en el mismo lugar en donde llora Carlitos.
Lugareños sorprendidos abandonaron el letargo de su siesta mendocina, la noticia menos esperada petardeó el lugar y la sirena policial se hizo oír como pocas veces preguntándose si en esa cuestión estaría bien empleada o si sería un error.
Pero no era una confusión, enseguida se confirmó.
–Se mató... ¡¡Sí, se mató!! ...
–¿Cómo que se mató? ¿Quién se mató?
–La mujer del maestro, la encontraron colgada en el baño
–¿Y el nene?
–El nene... ¡Quién sabe! Hace tiempo que no se lo oye ni se lo ve...
Canto en el viento
Acá
el sol tarda en salir,
todo
es lento, tardío,
el
hombre no grita en su canto
porque
le tiene miedo al eco,
a
la montaña, a otros mundos.
Testimonio
de Tukuta Gordillo, 2011
Disfrutalo… escuchalo… suave… acaricia tu rostro. Si alguna tristeza te ronda el alma, el espíritu se alegra con su llegada.
Otras veces ese mismo viento castiga despiadadamente, levantando el polvo de los caminos hasta no dejarte ver. Entonces el espíritu se estremece y hasta da miedo en la soledad de los cerros, en donde el pastor cuida a sus cabras; la vista se nubla y sus cabellos se tiñen de gris.
Quizás por eso la gente parece envejecer con el viento, antes de tiempo.
Los pastizales silban confundiéndose con el canto de algún pájaro que se enfrenta al viento. La ventisca endulza la tarde con su música. ¿La escuchás?... ¿Es viento?... ¿Es música?
El viento choca contra las cañas huecas. ¿Escuchas?... Un sikus…El viento baila un huaino mientras se escurre entre sus huecos. ¡Escuchá!... Ahora trae una baguala.
Si tenés la suerte de cruzarte con una manada de guanacos oirás el ritmo en su trote y en el andar de las llamas. Y ese golpeteo se elevará en una copla cargada de ingenio y picardía, acompañada de cajas y tambores hechos con parches de animales.
El hombre busca sonidos en la naturaleza del lugar y el viento la lleva a través de la distancia.
La música es parte del paisaje. Sin ella ese lugar, escondido entre las montañas no sería el mismo.
Abuela Mabel
Ma
Los viajes en la ruta, y más desde que me permitiste ser tu copiloto, se pasan de la mejor manera.
Los mates, las risas, los silencios, los cd's viejos que alguna vez compraste, pensamientos, vida.
Sacarle foto al cartel de mardel como siempre pedís.
Yo quejarme porque me parece en vano.
No encontrar la rotonda del gaucho. O creer que nos pasamos.
Saludar al mar como dos nenas chiquitas.
Ver al pato y al faro.
El camino de árboles que siempre nos gustó. Y sorprendernos tanto de él como si fuese que recién lo estamos conociendo.
Las hojas de los eucaliptos soplan y silban al verte.
Algunas caen, en un acto casi de ofrenda, para que las agarres y las huelas con tu caricia suave, reconociendo ese aroma como un hogar. Vos me enseñaste a apreciar eso, a contemplar.
Los perros que viven en la calle y te siguen por donde vayas porque saben de tu amor.
La gente nos saluda, vos nunca te negaste a un desconocido.
Los mates, el sol, la arena caliente, las caminatas matutinas.
Saber que ese lugar nos quiere y nos invita a reconectar, cada una por su parte pero siempre juntas.
Cafés, nuevos y viejos recuerdos, Chapa, el mar, vos y el mar.
Soy como soy por la fortuna de tenerte y de que el universo me haya elegido para ser tu hija.
Sentado en la motita de polvo, mirando la línea irregular del horizonte, tan cercano que podría tocarlo estirando el brazo, disfruto solo mi soledad, dejando al inmenso silencio que me despeine mientras el Sol le grita a La Tierra frases irreproducibles. Con los codos apoyados sobre mis rodillas y las manos juntas rezando inconscientemente, pienso el porqué de estar acá.
Pensar también tiene su lentitud aquí y termino dormitando muy quieto aparentando un pequeño monumento hecho de polvo. Al sentir un golpecito en la frente me desvelo y dejo mis pensamientos para otro momento, entiendo que debo cambiar de lugar para evitar los pequeños meteoritos que están pasando por ese lugar. A veces es como arenilla que pica otras veces piedras más grandes; a veces son muy pocas, otras veces muchas, y ese es el momento de buscar rápido algún cráter y caer.
Me mantengo alerta para evaluar lo que viene y no viene nada. Espero hasta que el reloj se haya vaciado de polvo y nada. Me vuelvo a sentar y vuelvo a pensar. Inesperadamente siento otro golpecito en la frente. Si un rayo no cae dos veces en el mismo lugar, acá debe ser igual con las piedras que vienen de por ahí. ¿Será un chiste dirigido desde el lado oculto?
Me levanto y camino, luego de algunos saltitos siento un golpecito en la cabeza, del lado de atrás, y me doy vuelta tan rápido que el pelo se hizo un trompo y el reloj se consumió hasta la mitad para cuando volví a caer. Busco en cada sombra, en cada pozo, en cada montaña y en cada mar. Espero pacientemente al Sol para que deshaga todas las sombras y no veo nada, corro hacia el lado oculto, pienso en esconderme entre los castillos a pensar en una emboscada. Me muevo, doy pasos, salto, saltito y salto, doy una vuelta, caigo y así recorro los callejones que solo yo conozco, paso cuidadosamente entre los castillos y las fábricas, me escondo y aparezco de golpe y no logro nada. Me quedo quieto en la esquina de unos de mis castillos de polvo, me distraigo con las estrellas y algo golpea mi la mejilla, logro ver sus alas muy chiquitas, casi quietas, dibujadas por el brillo de una constelación sin nombre. Durante un tiempo que no puede medirse me mira y se ríe.
Dejé todo y ella no pudo olvidarme.
Ahí va él, con su andar derechito, su cuerpo que parece rebotar de costado entre paredes invisibles.
Lo veo y me quedo hipnotizada, sigo su recorrido y trato de adivinar si tiene algún sentido, si hay algún lugar al que quiera llegar.
Siempre con su trajecito negro, su camisa blanca y ese aire de seguridad que emana su cabeza en alto, aunque tenga baja estatura.
No le importa que estemos ahí, no le importa quién esté. Pensé que tal vez mi presencia podría incomodarlo, pero no. De todas formas mantengo la distancia, siento que no puedo acercarme más aunque quisiera.
Se mete en el agua fría, así, sin más, y a mí se me pone la piel de gallina. Flota relajado como un pato y se mueve con velocidad si lo desea. Pienso, qué manera tan hermosa de ser. Simplemente ser en el mundo. Me quedo observándolo, a ver si aprendo un poco.
Ahí va él, con su andar derechito. Y se multiplica por cientos, miles, y una marea de trajecitos negros con camisa blanca se mueven rebotando de costado entre paredes invisibles. Mientras tanto, yo respiro y me siento bendecida entre tantos pingüinos.
La hechicera
Le dicen la hechicera del río, y también dicen que cuenta a todo aquel que quiera oír, las historias más sorprendentes del lugar. Esta primavera fui a conocerla.
Córdoba es hermosa por donde se la mire, pero cuando llegué al lugar indicado, me encontré con un paisaje que regala una vista bellísima, el río está rodeado de una vegetación de verdes mestizos, salpicados de mariposas multicolores, se escucha una armoniosa melodía interpretada por un viento suave y los pájaros que, aunque no se dejan ver, se percibe su presencia. Inmersa en ese lugar, hay una casita hecha íntegramente de adobe con ventanas pequeñas, una estrecha galería, con una pared tapizada de pequeñas macetas con plantita aromáticas, y una mecedora que recibe al sol todas las mañanas. Si, el lugar es mágico, y la dueña de casa parece salida de un cuento, con su piel apergaminada y sus parpados más lentos que sus pasos.
En mi breve visita, sentadas en un claro entre la arboleda, la hechicera (como la llaman a la mujer más antigua del lugar) me relató una historia que comenzó hace muchísimos años, aunque algunos, los más jóvenes o los que llegaron después, dicen que sólo es una leyenda.
Ella tenía un sueño recurrente sobre un lugar que no conocía. En un viaje sin un destino fijo, lo encontró justo ahí, pudo sentir que su búsqueda había llegado a su fin, el no volver a tener ese sueño nunca más, fue su confirmación. Hizo su casa con sus propias manos, hizo crecer plantas en el suelo rocoso, y aparecieron las flores y las mariposas y los pájaros. Tiempo después descubrió el hechizo que producía ese lugar. Dice que en las noches más oscuras se ven destellos en el agua, el río parece reflejar a las estrellas que no se dejan ver en el firmamento, y durante esas noches, se escucha un sonido sutil, como canciones de sirenas y se ve un halo de luz plateada a centímetros de su superficie, y dice, que en el aire bailan las ánimas liberadas.
Me contó que los antepasados de ese lugar una noche sin luna, se suicidaron en masa para no ser esclavizados, que nunca aparecieron sus cuerpos, se cree que la creciente del río se los llevó sin dejar rastros. Ella asegura que, desde entonces la libertad mora en el cauce de aquel río, la corriente constante se lleva todo lo que esclaviza a los seres humanos para que se rompa en el dique y la maldición se diluya, que en sus aguas está el mensaje de los ancestros, que purifica y limpia a las almas de toda atadura.
Ella sabe que durante el día mucha gente visita y disfruta del lugar, que no conoce y ni siquiera les interesa esta historia, pero también sabe que los tristes y desesperados, creen en su palabra y le piden permiso, las noches sin estrellas para sumergirse en el río. Dice que los ve salir antes del amanecer, recostarse sobre el verde de su orilla, y cuando aparecen los primeros rayos del sol, ya de regreso, hacen un gesto amable al pasar por la galería de su casa.
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Comparto con ustedes una canción que me encanta y habla de un personaje de un lugar, Paso del Rey: se trata de El viejo Matías
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